jueves, 12 de julio de 2007

ESCULTURA ABSTRACTA


Aunque la de hoy no tiene que envidiar, en abstracción, a la pintura, su evolución ha sido tributaria, al menos en su origen, del esfuerzo de los pintores que quisieron liberarse de la imitación y de los conceptos tradicionales de la forma. El estímulo del cubismo y del futurismo fue determinante, y artistas como Laurens, Archipenko, Lipchitz, Zadkine, Boccioni, y, más directamente, Duchamp-Villon, Brancusi y González, abrieron el camino que llevaría la escultura moderna a una creciente libertad frente al objeto. Además, viéronse acompañados, en su audaz empresa, por pintores que esculpieron: Picasso, Matisse, Braque, Léger y el mismo Max Ernst cuya intervención en la plástica fue audaz y convincente.
Sin embargo, fue el relieve, con frecuencia polícromo (como si le costase apartarse de la pintura para desarrollar sus posibilidades), el que rompió todo nexo con el realismo y alcanzó de inmediato la abstracción. Al ruso Tatlin se debe, al parecer, el paso decisivo; desde 1913 ejecutó obras puramente geométricas con materiales diversos (madera, yeso, metal y cartón), que colgaba en la intersección de dos paredes. Otro ruso, Jean Pougny, que también fue pintor, procedió igual en 1915 con cartones coloreados. Así comenzó el movimiento, llamado después constructivismo, emparentado con el suprematismo de Malevich. Se unirían a él el alemán Kurt Schwitters, el húngaro Moholy-Nagy, el rumano Marcel Janco, y Hans Arp, aunque, en sus primeros relieves de madera, de 1916, éste mostrara preferencia por la curva sinuosa y flexible, a la que seria fiel en sus esculturas de mármol y bronce posteriores a 1930.
Pero el constructivismo, surgido en Rusia halló sus maestros y teóricos allí, con Naum Gabo y su hermano Antoine Pevsner. Más tarde, en París, se unirían al grupo “Abstraction-creation”. Empleando cobre, plexiglás, cristal, alambre de latón o de plástico, renuncian a los planos angulosos y los substituyen por superficies curvas, formas abiertas, que desarrollan en un espacio identificado con la dimensión del tiempo. Las nociones de masa, volumen, peso, estabilidad, son abolidas en favor de texturas transparentes, vaciadas y de planos curvos, replegados que rompen o detienen la luz. En su intento por expresar, con lógica severa, el ritmo continuo del universo, ambos hermanos han hecho mucho por la escultura no figurativa. Puede considerarse también como «constructivistas» (en el sentido amplio del término) al belga Vantongerloo, al holandés Domela, al francés Gorin, al suizo Max Bill y al americano Calder, cuyos «móviles» y «estables» indican gran fantasía unida a rigurosos cálculos, y a sus compatriotas Harold Coussins, Richard Lippold, a los ingleses Bárbara Hepworth y Kenneth Martin, al danés Robert Jacobsen, al italiano Berto Lardera, al argentino Marino di Teana, al alemán Kricke, al español Chillida. Hay que añadir al húngaro Nicolás Schoffer, inventor del «espaciodinamismo», en París, síntesis animada de escultura, pintura y movimiento; así como al suizo Tinguely, que completa la forma en movimiento por la velocidad.
Tan exigentes como los que más lo fueren, de los constructivistas, los franceses Louis Chauvin, Henri-Georges Adam y Émile Gilioli, el holandés Toon Kelder, el húngaro Béothy, el italiano Signori, el luxemburgués Wercollier, la francochilena M. T. Pinto, se muestran afectos a la línea que fluye, a la forma específicamente plástica y a la perfección del trabajo. A estos artistas, de espíritu clásico, podría contraponerse el francés Étienne Martin, cuya necesidad de expresión procede de un temperamento áspero, sensual, generoso, mientras que el suizo Stahly somete el lirismo a una lúcida voluntad. A su romanticismo, otro francés, Jacques Zwoboda, une el sentido de lo monumental. Muestran preferencia por el bajorrelieve Étienne Hajdu en Francia, Karl Hartung en Alemania, Pietro Consagra en Italia y Zoltan Kemeny en Suiza (metal repujado o martilleado, superficie de yeso o de madera con contrastes de entrantes y salientes) .
Entre los escultores expresionistas cabe citar a los italianos Mastroianni, Crippa y Somaini, a los argentinos Pablo Manés y Alicia Penalba, al americano Seymour Lipton y al suizo Robert Muller. Una suerte de barroco exasperado caracteriza las obras del holandés Couzijn, del japonés Tajiri, de los americanos Theodor Roszal, Louise Nevelson, y, en la nueva generación, John Chamberlain y Richard Stanliewicz, que manipulan la chatarra, cual el marsellés César, el belga Rul d'Haese y muchos otros que se diría arrastrados por un furor de destrucción, natural o deliberada. Tal exceso de libertad determinó la reacción neorrealista en Europa y la del Pop-Art en América.
Al parecer, de lo que más carecía la escultura no figurativa era de monumentalidad. La revolución arquitectónica de la segunda posguerra despertaría la emulación de arquitectos y escultores. En Brasilia, los monumentos edificados por Niemeyer, y la capilla de Ronchamp construida en Francia por Le Corbusier son esculturas a escala arquitectónica. Inversamente, la .señal erigida por H G. Adam ante el Museo del Havre, las Moradas de Étienne Martin, el mausoleo Zwoboda en el Campo Santo Mentana, cerca de Roma, las esculturas habitáculos de André Bloc, de Gérard Magnoni o de Constantino Nivola, las obras del americano-japonés Noguchi destinadas a jardines, indican claramente una evolución hacia la síntesis de las artes, como fenómeno esencial de nuestro tiempo.
Kiyoto Ota

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